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jueves, 4 de octubre de 2012

palabras enviadas por el Lic. Gustavo Rossi a las 3eras. Jornadas Platenses y 1er. Congreso de Acompañamiento Terapéutico


Lamento no llegar a asistir a la Mesa Redonda, pido desde ya disculpas a los coordinadores del CIAT que tan amablemente me invitaron, y a los asistentes, hubiera sido una satisfacción poder intercambiar con uds sobre este tema, pero el retraso de mi vuelta de España hace imposible que pueda estar.  Dado que hace al tema, empiezo comentándoles algo de esta experiencia de 12 días por España, donde estuve dando conferencias en Valladolid, en una Jornadas de formación de Residentes, y en Madrid, en un Encuentro sobre Politicas en Salud Mental y AT que organizaron los principales grupos de AT de esa ciudad.  La situación en Madrid, especialmente, tiene puntos de contacto con los que nos pasaba hace unos 15 o 20 años en Bs As, y aunque hay muchos elementos diferentes también hay cuestiones que siguen siendo problemas y controversias en común. Pese a la particularidad del sistema de salud y de asistencia social en España (hoy en plena crisis), las preguntas respecto al perfil del AT, a la competencia, y a cual es la formación necesaria para darle especificidad a esta práctica,  aparecen como candentes allí. A diferencia de nosotros, hay un panorama donde pocos grupos empezaron a dar capacitación, en una apuesta a inscribir el AT en una sociedad y un sistema sanitario que lo desconoce. ¿Cuál es la diferencia con el psicólogo?, ¿Cuál es la diferencia con el educador?, son los dos principales interrogantes entre ellos. Esa figura, en la línea de un educador social, tiene mucha presencia en el area de asistencia social del paciente psiquiátrico, en domicilio, para la rehabilitación social y la protección de Derechos, en una perspectiva a mi entender donde queda fuertemente relegada la subjetividad, en una escisión marcada con lo Clínico. 

En nuestro país, podríamos pensar que por la impronta cultural “psi” con que contamos, con la fuerte presencia de psicólogos y psicoanalistas en la comunidad, el AT fue tomando una identidad que permite que se pueda dialectizar  lo social con lo que es del orden de la subjetividad, que se articule lo asistencial con lo clínico, lo que es del orden del derecho de la persona con padecimiento mental, a insertarse socialmente, con la dimensión de esa singularidad del padecimiento. Que en nuestra práctica se liga a su vez a lo vincular, a la importancia del establecimiento de un vinculo particularizado entre acompañante y acompañado. Esta base, que hace a la fuerza de lo vincular, creo, fue lo fundamental a transmitir de nuestra práctica entre los colegas españoles.  También esta fuerte impronta “psi” tiene como contracara otra cuestión que puede pensarse como un obstáculo, en cierto sentido, en el momento actual del desarrollo del AT en Argentina. Retomo esto en un momento.  Ahora bien, en cuanto a la formación, podemos ubicar esa disyuntiva, les decía: ni psicólogo ni educador.

En el año 2001, en el 2do Congreso Argentino de AT, formulaba una pregunta que pensaba al empezar a trabajar una ponencia para hoy: ¿cómo aportar algo diferente a este tema tantas veces tratado?

Lo dividía en dos preguntas: 1- ¿Cual es la formación para un acompañante terapéutico? Esto es: ¿Cual es el saber al que debe acceder el Acompañante Terapéutico? Sus conocimientos para cumplir con una competencia adecuada para su título.

2- La segunda cuestión, ligada a esa pero sobre la que voy a señalar algunas precisiones, fue: ¿Qué lo autoriza en su práctica?

Y algo muy importante a subrayar, que se repite todavía: no es necesario, pero tampoco suficiente, tener el título de psicólogo para desempeñarse como acompañante terapéutico.  

Esto, que parece básico, es algo que se reitera cada vez que se piensa en Argentina lo referente a la capacitación en AT. Por esto es fundamental la iniciativa tendiente a contar con un Diseño Curricular único para la provincia, porque permitiría esa diferenciación, empezar a marcar un espacio disciplinar específico para el AT. También lo es para regular un panorama tan expandido y heterogéneo en la formación en AT. 

Ahora bien, para que pueda valorarse la inscripción de un título “oficial” (remarco comillas) es imprescindible que ese título cuente con una matriculación desde una instancia estatal, como el ministerio de Salud.  Esto es lo que da tanta relevancia a la iniciativa compartida entre los ministerios de Educación y Salud en la Provincia de Bs As, la cual desde hace cerca de dos años vengo apoyando con mi trabajo y el del equipo docente que coordino en el marco de la Materia de AT en la Facultad de Psicología de la UBA, y en la Asociación Argentina de Salud Mental, desde el Capítulo de AT.

Esta iniciativa nos permite responder a ambas preguntas.  Primero, da un programa de capacitación, un perfil, un esquema de materias necesarias para la formación. Hubo debate en relación a su extensión en el tiempo, el diseño formal, en cuanto a si se requiere que sea Tecnicatura o no, con sus pro y sus contras. No es el tema a tratar acá.  El recorrido por esas materias dará al alumno un saber específico, diferenciado, de otros saberes, en conjunción con diferentes marcos conceptuales. Aunque aún estemos en un proceso histórico donde se requiere de mucha construcción de saber, de elementos teóricos, que den mayor sustento a la identidad de esta práctica, y herramientas para sus intervenciones. Seguramente esto nunca se termina, se irán revisando textos, conceptos, cotejando modelos y experiencias, en una trayectoria que sumará a aquello que podríamos pensar como un “lenguaje propio”, un cuerpo conceptual que otorgue esa matriz para quienes se forman, y quienes se acercan a conocer este recurso.

La segunda pregunta, ¿qué lo autoriza?, tiene dos vertientes de sentido que suelo recorrer. En cuanto a la primera vertiente, sin duda la autorización que se requiere la va a dar el poder contar con un programa que se basa en un diseño curricular único para la Provincia (sea su formación en instituciones del ámbito privado como público), con el aval de una matriculación desde el Estado. Esto abrirá puertas a la hora del reconocimiento por parte de los distintos actores del ámbito de la Salud, permitiendo otra cobertura del servicio del acompañante terapéutico. Con esto se irá superando esta discrecionalidad en cuanto a la cobertura del AT, donde queda muchas veces sometido al sentido común o al capricho de la dirección o auditoria de una Obra Social o Prepaga. Como ejemplo, hoy se puede pedir el título de Psicólogo para permitir que un acompañante terapéutico ingrese con un niño a una escuela.  Nos preguntamos: ¿eso lo autoriza para su tarea como Acompañante?. Nada se dice ahí de la formación para tener herramientas de intervención con el chico, con sus pares, con los docentes y los requerimientos de la institución escolar.

En síntesis, en este primer sentido de la autorización esto nos remite a contar con un orden legal, que socialmente se plasma en la exigencia de tener el aval de una inscripción académica, que tiene a su vez su incumbencia específica.

Lo llamamos el “encuadre” del otro encuadre, el que solemos trabajar en la clínica: esas “constantes” que hay que determinar para que un proceso de tratamiento se lleve a cabo. Como saben, el encuadre remite a una terceridad, es una legalidad que “organiza”, que “pacifica” y orienta la relación entre el acompañante y el acompañado (incluyendo su familia y entorno a cuesta).

Se trata de dar un marco al dispositivo, con la complejidad de las variables de tiempo / espacio /  actividades / honorarios / pautas, que es propio del acompañamiento terapéutico. Este dispositivo, que a su vez, se vincula a una estrategia terapéutica, que de le da un marco, otro marco.

La autorización, en el segundo sentido que querría darle, remite a que además del conocimiento de determinados contenidos  también implica una posición ética ante la práctica. En el terreno de la ética es pertinente hablar también de algo del orden de una  autorización que es del propio practicante para con su práctica. ¿Obviedad?: no siempre aquel que accede a un título –universitario, terciario- se siente autorizado, quizá hasta capacitado, para ejercer esa práctica...

Vuelvo a apelar a la tríada que se compone (es una orientación, quizá no sea universal), de estos tres elementos que hacen a este otro sentido de la “autorización”: formación, supervisión y un espacio de análisis personal o de trabajo terapéutico. Algunos textos han desplegado requisitos que podríamos llamar “personales” para “ser” acompañante terapéutico: descreo de esto, se hace una lista interminable de supuestas condiciones generales para completar ese “ser”, desde capacidad de maternaje hasta el “yo fuerte” pasando por el “bajo narcicismo patológico”. ¿Quién podría completarlo?. En relación a esto, desde mi orientación teórico-clínica propongo que el Acompañante tenga un espacio terapéutico propio, aunque esto sabemos que no puede imponerse, que no va a formar parte de un programa de capacitación…

Para avanzar, agregaría en todo caso que junto a la supervisión, es importante que el acompañante pueda tener cierta capacidad para el trabajo en equipo, ya que  la idea de “práctica entre varios” o “clínica entre varios” también considero que es fundamental a la hora de autorizarse en la particularidad de este trabajo. Y también es esencial para ubicar un encuadre, una regulación en el día a día del acompañante, a veces tan intenso y angustiante, a veces tan denso y hasta aburrido.

Y para no aburrirlos, cierro con dos puntuaciones breves más.

Contar con esta instancia de capacitación específica y esta habilitación, permitiría superar esto que aparece también recurrentemente entre quienes venimos trabajando hace muchos años en el tema. Esa dimensión de los Ats como “aves de paso”… Practicantes de paso: termino mi carrera (o estoy “haciendo psicología”) y entonces voy a probar acceder a los primeros pacientes haciendo una experiencia como At.  Si es realmente una experiencia, cabe preguntarse: ¿Les dejará algo? ¿Dejarán algo?  Esto tiene además un agravante: muchos hacen esa experiencia, además sin capacitación previa.  Y una consecuencia fundamental también es que muchos que están en su mejor momento, podemos decir, luego de algunos años –que suelen ser intensos- de trabajar como acompañantes, que fueron adquiriendo ese “saber hacer”, que fueron ampliando su perspectiva, dando cuenta de sus experiencias, de repente, dicen adiós. Me voy a trabajar “como psicólogo/a” o como psicopedagogo/a. Es un problema no solo para cada equipo, sino para dar consistencia a esta práctica, incluso a sus desarrollos conceptuales propios, como producto de la acumulación de experiencias sobre las cuales cada cual puede dar cuenta.

Para finalizar, también que pueda plasmarse este proyecto permitirá algo sobre lo cual venimos trabajando hace muchos años: que es imprescindible, para el buen desarrollo de esta práctica, que también los terapeutas, los psicólogos, psiquiatras, médicos, instituciones de la salud, la discapacidad, la educación, conozcan este recurso, sepan cuando indicarlo, cómo realizar su seguimiento, cómo integrarlo en las Políticas y estrategias en Salud Mental. Y sin duda contar con un programa unificado, que determine un perfil, que determine competencias, nos permitirá también mas claridad a la hora de definirnos como interlocutores, y de definir nuestros interlocutores. Que no es poco.

Muchas gracias.