Lamento no llegar a asistir a la Mesa Redonda, pido desde ya
disculpas a los coordinadores del CIAT que tan amablemente me invitaron, y a
los asistentes, hubiera sido una satisfacción poder intercambiar con uds sobre
este tema, pero el retraso de mi vuelta de España hace imposible que pueda
estar. Dado que hace al tema, empiezo
comentándoles algo de esta experiencia de 12 días por España, donde estuve
dando conferencias en Valladolid, en una Jornadas de formación de Residentes, y
en Madrid, en un Encuentro sobre Politicas en Salud Mental y AT que organizaron
los principales grupos de AT de esa ciudad.
La situación en Madrid, especialmente, tiene puntos de contacto con los
que nos pasaba hace unos 15 o 20 años en Bs As, y aunque hay muchos elementos
diferentes también hay cuestiones que siguen siendo problemas y controversias
en común. Pese a la particularidad del sistema de salud y de asistencia social
en España (hoy en plena crisis), las preguntas respecto al perfil del AT, a la
competencia, y a cual es la formación necesaria para darle especificidad a esta
práctica, aparecen como candentes allí.
A diferencia de nosotros, hay un panorama donde pocos grupos empezaron a dar
capacitación, en una apuesta a inscribir el AT en una sociedad y un sistema
sanitario que lo desconoce. ¿Cuál es la diferencia con el psicólogo?, ¿Cuál es
la diferencia con el educador?, son los dos principales interrogantes entre
ellos. Esa figura, en la línea de un educador social, tiene mucha presencia en
el area de asistencia social del paciente psiquiátrico, en domicilio, para la
rehabilitación social y la protección de Derechos, en una perspectiva a mi
entender donde queda fuertemente relegada la subjetividad, en una escisión
marcada con lo Clínico.
En nuestro país, podríamos pensar que por la impronta cultural
“psi” con que contamos, con la fuerte presencia de psicólogos y psicoanalistas
en la comunidad, el AT fue tomando una identidad que permite que se pueda
dialectizar lo social con lo que es del
orden de la subjetividad, que se articule lo asistencial con lo clínico, lo que
es del orden del derecho de la persona con padecimiento mental, a insertarse
socialmente, con la dimensión de esa singularidad del padecimiento. Que en
nuestra práctica se liga a su vez a lo vincular, a la importancia del
establecimiento de un vinculo particularizado entre acompañante y acompañado.
Esta base, que hace a la fuerza de lo vincular, creo, fue lo fundamental a
transmitir de nuestra práctica entre los colegas españoles. También esta fuerte impronta “psi” tiene como
contracara otra cuestión que puede pensarse como un obstáculo, en cierto sentido, en el momento actual del desarrollo
del AT en Argentina. Retomo esto en un momento. Ahora bien, en cuanto a la formación, podemos
ubicar esa disyuntiva, les decía: ni psicólogo ni educador.
En el año 2001, en el 2do Congreso Argentino de AT, formulaba una
pregunta que pensaba al empezar a trabajar una ponencia para hoy: ¿cómo aportar
algo diferente a este tema tantas veces tratado?
Lo
dividía en dos preguntas: 1- ¿Cual es la
formación para un acompañante terapéutico? Esto es: ¿Cual es el saber al que debe acceder el Acompañante
Terapéutico? Sus conocimientos para cumplir con una competencia adecuada para
su título.
2-
La segunda cuestión, ligada a esa pero sobre la que voy a señalar algunas
precisiones, fue: ¿Qué lo autoriza en su
práctica?
Y algo muy importante a subrayar, que se repite todavía:
no es necesario,
pero tampoco suficiente, tener el
título de psicólogo para desempeñarse
como acompañante terapéutico.
Esto, que parece básico, es algo que se reitera cada vez que se
piensa en Argentina lo referente a la capacitación en AT. Por esto es
fundamental la iniciativa tendiente a contar con un Diseño Curricular único
para la provincia, porque permitiría esa diferenciación, empezar a marcar un
espacio disciplinar específico para el AT. También lo es para regular un
panorama tan expandido y heterogéneo en la formación en AT.
Ahora bien, para que pueda valorarse la inscripción de un título
“oficial” (remarco comillas) es imprescindible que ese título cuente con una
matriculación desde una instancia estatal, como el ministerio de Salud. Esto es lo que da tanta relevancia a la iniciativa
compartida entre los ministerios de Educación y Salud en la Provincia de Bs As,
la cual desde hace cerca de dos años vengo apoyando con mi trabajo y el del
equipo docente que coordino en el marco de la Materia de AT en la Facultad de
Psicología de la UBA, y en la Asociación Argentina de Salud Mental, desde el
Capítulo de AT.
Esta iniciativa nos permite responder a ambas preguntas. Primero, da un programa de capacitación, un
perfil, un esquema de materias necesarias para la formación. Hubo debate en
relación a su extensión en el tiempo, el diseño formal, en cuanto a si se
requiere que sea Tecnicatura o no, con sus pro y sus contras. No es el tema a
tratar acá. El recorrido por esas
materias dará al alumno un saber específico, diferenciado, de otros saberes, en
conjunción con diferentes marcos conceptuales. Aunque aún estemos en un proceso
histórico donde se requiere de mucha construcción de saber, de elementos
teóricos, que den mayor sustento a la identidad de esta práctica, y
herramientas para sus intervenciones. Seguramente esto nunca se termina, se
irán revisando textos, conceptos, cotejando modelos y experiencias, en una
trayectoria que sumará a aquello que podríamos pensar como un “lenguaje
propio”, un cuerpo conceptual que otorgue esa matriz para quienes se forman, y
quienes se acercan a conocer este recurso.
La segunda pregunta, ¿qué lo autoriza?, tiene dos vertientes de
sentido que suelo recorrer. En cuanto a la primera vertiente, sin duda la
autorización que se requiere la va a dar el poder contar con un programa que se
basa en un diseño curricular único para la Provincia (sea su formación en
instituciones del ámbito privado como público), con el aval de una matriculación
desde el Estado. Esto abrirá puertas a la hora del reconocimiento por parte de
los distintos actores del ámbito de la Salud, permitiendo otra cobertura del
servicio del acompañante terapéutico. Con esto se irá superando esta
discrecionalidad en cuanto a la cobertura del AT, donde queda muchas veces
sometido al sentido común o al capricho de la dirección o auditoria de una Obra
Social o Prepaga. Como ejemplo, hoy se puede pedir el título de Psicólogo para
permitir que un acompañante terapéutico ingrese con un niño a una escuela. Nos preguntamos: ¿eso lo autoriza para su
tarea como Acompañante?. Nada se dice ahí de la formación para tener
herramientas de intervención con el chico, con sus pares, con los docentes y
los requerimientos de la institución escolar.
En síntesis, en este primer sentido de la autorización esto nos
remite a contar con un orden legal,
que socialmente se plasma en la exigencia de tener el aval de una inscripción
académica, que tiene a su vez su incumbencia específica.
Lo
llamamos el “encuadre” del otro encuadre, el que solemos trabajar en la
clínica: esas “constantes” que hay que determinar para que un proceso de
tratamiento se lleve a cabo. Como saben, el encuadre remite a una terceridad,
es una legalidad que “organiza”, que “pacifica” y orienta la relación entre el
acompañante y el acompañado (incluyendo su familia y entorno a cuesta).
Se
trata de dar un marco al dispositivo, con la complejidad de las variables de
tiempo / espacio / actividades /
honorarios / pautas, que es propio del acompañamiento terapéutico. Este
dispositivo, que a su vez, se vincula a una estrategia
terapéutica, que de le da un marco, otro marco.
La
autorización, en el segundo sentido que querría darle, remite a que además del
conocimiento de determinados contenidos también implica una posición ética ante la práctica. En el terreno de la ética es
pertinente hablar también de algo del orden de una autorización
que es del propio practicante para con su
práctica. ¿Obviedad?: no siempre aquel que accede a un título
–universitario, terciario- se siente autorizado,
quizá hasta capacitado, para ejercer esa práctica...
Vuelvo a apelar a la tríada que se compone (es una
orientación, quizá no sea universal), de estos tres elementos que hacen a este
otro sentido de la “autorización”: formación, supervisión y un espacio de
análisis personal o de trabajo terapéutico. Algunos textos han desplegado
requisitos que podríamos llamar “personales” para “ser” acompañante
terapéutico: descreo de esto, se hace una lista interminable de supuestas
condiciones generales para completar ese “ser”, desde capacidad de maternaje
hasta el “yo fuerte” pasando por el “bajo narcicismo patológico”. ¿Quién podría
completarlo?. En relación a esto, desde mi orientación teórico-clínica propongo
que el Acompañante tenga un espacio terapéutico propio, aunque esto sabemos que
no puede imponerse, que no va a formar parte de un programa de capacitación…
Para avanzar, agregaría en todo caso que junto a la
supervisión, es importante que el acompañante pueda tener cierta capacidad para
el trabajo en equipo, ya que la idea de
“práctica entre varios” o “clínica entre varios” también considero que es
fundamental a la hora de autorizarse en la particularidad de este trabajo. Y
también es esencial para ubicar un encuadre, una regulación en el día a día del
acompañante, a veces tan intenso y angustiante, a veces tan denso y hasta
aburrido.
Y para no aburrirlos, cierro con dos puntuaciones breves
más.
Contar con esta instancia de capacitación específica y esta
habilitación, permitiría superar esto que aparece también recurrentemente entre
quienes venimos trabajando hace muchos años en el tema. Esa dimensión de los
Ats como “aves de paso”… Practicantes
de paso: termino mi carrera (o estoy
“haciendo psicología”) y entonces voy a probar acceder a los primeros pacientes
haciendo una experiencia como At. Si
es realmente una experiencia, cabe preguntarse: ¿Les dejará algo? ¿Dejarán
algo? Esto tiene además un agravante: muchos
hacen esa experiencia, además sin
capacitación previa. Y una consecuencia
fundamental también es que muchos que están en su mejor momento, podemos decir, luego de algunos años –que suelen ser
intensos- de trabajar como acompañantes, que fueron adquiriendo ese “saber
hacer”, que fueron ampliando su perspectiva, dando cuenta de sus experiencias,
de repente, dicen adiós. Me voy a trabajar “como psicólogo/a” o como
psicopedagogo/a. Es un problema no solo para cada equipo, sino para dar
consistencia a esta práctica, incluso a sus desarrollos conceptuales propios,
como producto de la acumulación de experiencias sobre las cuales cada cual
puede dar cuenta.
Para finalizar, también que pueda plasmarse este proyecto
permitirá algo sobre lo cual venimos trabajando hace muchos años: que es imprescindible,
para el buen desarrollo de esta práctica, que también los terapeutas, los
psicólogos, psiquiatras, médicos, instituciones de la salud, la discapacidad,
la educación, conozcan este recurso, sepan cuando indicarlo, cómo realizar su
seguimiento, cómo integrarlo en las Políticas y estrategias en Salud Mental. Y
sin duda contar con un programa unificado, que determine un perfil, que
determine competencias, nos permitirá también mas claridad a la hora de definirnos
como interlocutores, y de definir nuestros interlocutores. Que no es poco.
Muchas gracias.
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